martes, 25 de febrero de 2014

¿Tu desayuno es sólo una taza de café?

De ahora en adelante debes darte el tiempo para tomar el desayuno. De acuerdo con una investigación publicada en la revista Public Health Nutrition, ayunar se relaciona con tener una menor capacidad de concentración y rendimiento intelectual, te provoca mal humor y te hace sentir más cansado.
 
Además, no tomar el primer alimento del día incrementa el estreñimiento, el riesgo de obesidad, de diabetes y de tener un infarto.
 
La investigación, señala que los adolescentes que desayunan poco o nada, tienen un 68 por ciento más de posibilidades de desarrollar síndrome metabólico, lo que implica tener obesidad abdominal, nivel alto de triglicéridos, niveles bajos de colesterol bueno, hipertensión y altos niveles de glucosa en sangre, lo que incrementa el riesgo de trastornos cardiovasculares.
 
Otra investigación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, que se publicó el año pasado en la revista Circulation, señalaba que los hombres que no desayunaban, elevaban la posibilidad de tener un infarto.
 
“Saltarse el desayuno puede conducir a uno o más factores de riesgo como la obesidad, la presión arterial alta, el colesterol elevado y la diabetes, lo que a su vez puede provocar un ataque al corazón”, señalaron en esa ocasión los responsables de este estudio.
 
Si eres de los que no desayuna porque argumentas que no tienes hambre, entonces debes pensar en una cosa: ¿qué tanto cenas?
 
Si la última cena del día es muy copiosa, es habitual no tener apetito en la mañana porque durante la noche el tránsito intestinal es lento.
 
El consejo de la Dra. Irene Bretón, endocrinóloga del Hospital Gregorio Marañón de España es distribuir las calorías del día, “más al principio y menos al final, porque una comida abundante en la noche favorece el sobrepeso.
 
La experta explica que, cuando hay un ayuno prolongado y luego comemos mucho, «es más fácil que esas calorías se acumulen en forma de grasa».
 
Hacer tres comidas al día, ayudará a mantener el equilibrio en el cuerpo. Se recomienda que el desayuno aporte un 20 por ciento de la ingesta calórica diaria, mientras que la cena debe ser ligera y pobre en grasa, para facilitar la digestión.
 
Un desayuno ideal debe incluir un lácteo (leche, yogurt, queso fresco), cereales o pan (mejor integrales), fruta (mejor entera que en jugo porque tiene más fibra y es más saciante) y algún alimento con proteínas, como un embutido bajo en grasa. 

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